Un biógrafo de Anatole France cuenta que el escritor defendía con mucha frecuencia el altruismo. Una vez que le preguntaron qué entendía exactamente por el altruismo, puso dos ejemplos: el de san Macario y el de unos heridos de guerra.
El de san Macario es muy conocido. Iba el santo con sus discípulos, en un día muy caluroso. Todos estaban muertos de sed y no tenían agua. Pasaron por un campo y vieron a un hombre que iba a empezar a comer uvas de un racimo. Le preguntaron si había una fuente por ahí cerca y el hombre les dijo que no, y al verlos a todos tan sedientos les ofreció el racimo. San Macario lo tomó y se lo ofreció al que le pareció más sediento de todos los discípulos. El discípulo, a su vez se lo ofreció a otro. Éste a otro, el otro a otro, y así, hasta que el último lo devolvió a san Macario y el santo lo entregó de nuevo al campeéis o, con esta extraña justificación:
-Tómalo, tú estás sólo y nosotros somos muchos y estamos unidos.
El otro ejemplo no es tan conocido. Un médico ejemplar sólo tenía cloroformo para un herido, y había muchos. Les dijo que le daría el cloroformo al que estuviera más grave, y que a los otros los operaría sin dormirlos. Empezó por uno que tenía la mano destrozada, el herido, le dijo:
-Sin cloroformo, desde luego. Seguro que hay otros más graves que yo.
Ninguno de los heridos aceptó el cloroformo. El último era un militar mal herido, el médico le comentó:
-Su herida es grave, le aplicaré el cloroformo a usted.
Cosa que indignó al capitán:
-¡Jamás! Yo soy oficial, guárdelo para un soldado raso.
Le preguntaron si esos ejemplos era verdad. Y decía:
-No es necesario que los buenos ejemplos sean verdad. Basta que sean realmente ejemplares.