Estaba el maestro en su estudio con un grupo de amigos y discípulos, cuando llegó su barbero. Rodin, ante la protesta general, le dijo:
-Quiero que me afeites la barba.
A la protesta de todos se unió la del barbero.
-Discúlpeme, pero no puedo afeitarle su barba, llame a otro. Yo sería incapaz de hacerlo.
El famoso escultor se echó a reír y les dijo:
-No se preocupen, eso jamás haré. No podría trabajar sin mi barba. Mi trabajo es físicamente agotador y necesito algún ejercicio para desentumecerme, como por ejemplo pasarme las manos por la barba.