Cuando dijo que quería ser actriz, su madre la llevó al conservatorio para aprender artes dramática,s pero no admitían a ningún nuevo alumno sin someterle a un examen que consistía en hacerle representar una escena de alguna obra de teatro. Sarah no sabía ninguna y se ofreció a recitar una fábula de La Fontaine, «La cigarra y la hormiga». Y el director, encogiéndose de hombros, le dijo:
-Bueno, aunque no sirva… Así veremos cómo andas de voz.
Sarah recitó la fábula y el director interrumpió a la mitad con una pregunta:
-¿Eres judía?
-De nacimiento, sí, pero me bautizaron.
-Menos mal, porque de lo contrario no te hubiéramos podido recibir. ¡Quedas admitida!
Le bastó aquella media fábula para comprender que la niña tenía madera de gran actriz.