Napoleón, el Zar de todas las Rusias y el emperador de Austria, se había reunido en una cacería. Napoleón, que no era muy aficionado a esas cosas, aceptó por compromiso, pero en vez de cazar se detuvo conversando con los otros dos monarcas. Iban los tres a caballo, la charla se alargó y perdieron de vista a los otros cazadores. Estaban cansados, vieron una casa y se pararon a descansar y pedir algo de beber. Era la casa de un leñador, él mismo les sirvió y mientras lo hacían les preguntó quiénes eran. El primero en contestar fue Napoleón. Y dijo la verdad:
-Napoleón primero, emperador de los franceses.
Los otros dos no quisieron ser menos y también dijeron la verdad:
-Francisco segundo, emperador de Austria.
-Alejandro primero, zar de Rusia.
El leñador les miraba con una sonrisa burlona. Y Napoleón, que se había percatado de la incredulidad del campesino, le preguntó:
-¿Y quién es usted?
-¿Yo? ¿No lo ve? ¡El emperador de China!
En el momento de decir esto llegaron otros cazadores. Napoleón se despidió del leñador con una gran reverencia. Y cuando le preguntaron la razón de tan solemne despedida dijo que lo preguntaran al zar de Rusia. Y Alejandro Primero dio la explicación:
-Es que este leñador es el emperador de China.