Cuando Fernando VII regresó a España, se presentó Juan Martín el Empecinado a felicitar. El valiente guerrillero miraba con sorpresa a los cortesanos, y el monarca, que tanto placer sentía poniendo en ridículo a cualquiera, para desconcentrar aquel intrépido hombre, le dijo, con burlona sonrisa:
-Éstos son los grandes de mi corte. Supongo que no conocerás a ninguno.
-En efecto, señor- contestó el Empecinado-; a ninguno de estos señores conozco, porque no los he visto tomar parte en la campaña contra el invasor, a quien al fin hemos echado.