Ibsen se casó con la hija de un pastor protestante. La conoció, se enamoró de la muchacha y le escribió una extensa carta donde le declaraba su amor. En ella, le decía que iría a verla a las cinco de la tarde. Añadía que se ella no le correspondía, bastaría solo con que no estuviera en casa, pero si ella le recibía, significaría una aceptación.
Llegó a la casa a las cinco en punto y preguntó si la muchacha estaba ahí. La sirvienta le dijo que sí, que aguardara, pues ella no tardaría en salir. Lo condujo a un saloncito, donde estuvo Ibsen esperando alrededor de dos horas. Inquieto y temeroso de que sólo se trataba de una pérdida de tiempo, ya estaba a punto de marcharse cuando de repente se oyó una risa femenina que salía detrás del sofá: era la muchacha que había permanecido escondida en la incómodo posición durante todo aquel tiempo. Ibsen, muy sorprendido preguntó:
-¿Estabas aquí?
-Sí; escondida
-¿Por qué?
-Quería probar tu paciencia, y con ello, tu amor.
Ibsen había salido airoso de la prueba, a consecuencia de la cual, no tardó en casarse con la bromista muchacha.