Durante la guerra contra España, el clero, español en su inmensa mayoría, estaba contra los caudillos americanos, como es natural. Un tal fray Matías Zapata advirtió desde el púlpito que “el pícaro insurgente San Martín, por su condición de hereje, solo podía llamarse Martín, por su semejanza con Martín Lutero.”
Unas semanas después San Martín tomó la ciudad donde el padre Zapata residía, y enterado del sermón, llamó al clérigo y le dijo:
-¿Es cierto que me ha comparado usted con Lutero y que le ha quitado una sílaba a mi apellido?
Alegó fray Zapata que se había limitado a cumplir órdenes de sus superiores, comprometiéndose a devolverle la sílaba en un próximo sermón.
-No me devuelva usted nada- replicó el general.- Pero sepa que yo, en castigo de su insolencia, le quitó también la primera de su apellido, y entienda que lo fusilo sin pensarlo en el día que se ocurra firmar Zapata. Desde hoy no es usted más que el padre “Pata”. Téngalo muy presente padre “Pata”.
A partir de entonces, hasta 1823, las partidas de nacimiento, defunción u otros documentos parroquiales la firma de “fray Matías Pata”.