Sand, George (1804-1876) VENGANZA- CASTIGO- IRONÍA

Solange, su hija, se casó muy joven con un pintor mediocre llamado Clésinger. George Sand nunca aprobó aquel matrimonio. Incluso lanzó una amenaza literaria contra su futuro yerno.

-Si usted se atreve a casarse con Solagne-le dijo- lo haré protagonista de mis libros. Sin decir su nombre, le aseguro que todos lo conocerán.

Y Clésinger, que gozaba de una buena agilidad mental, le respondió:

-Y yo, en venganza, la pintaré desnuda, pero con el rostro tapado. Estoy seguro de que, si no todo el mundo, muchos hombres la reconocerán.

San Martín, José de (1778-1850) REVANCHA- CASTIGO

Durante la guerra contra España, el clero, español en su inmensa mayoría, estaba contra los caudillos americanos, como es natural. Un tal fray Matías Zapata advirtió desde el púlpito que “el pícaro insurgente San Martín, por su condición de hereje, solo podía llamarse Martín, por su semejanza con Martín Lutero.”

Unas semanas después San Martín tomó la ciudad donde el padre Zapata residía, y enterado del sermón, llamó al clérigo y le dijo:

-¿Es cierto que me ha comparado usted con Lutero y que le ha quitado una sílaba a mi apellido?

Alegó fray Zapata que se había limitado a cumplir órdenes de sus superiores, comprometiéndose a devolverle la sílaba en un próximo sermón.

-No me devuelva usted nada- replicó el general.- Pero sepa que yo, en castigo de su insolencia, le quitó también la primera de su apellido, y entienda que lo fusilo sin pensarlo en el día que se ocurra firmar Zapata. Desde hoy no es usted más que el padre “Pata”. Téngalo muy presente padre  “Pata”.

A partir de entonces, hasta 1823, las partidas de nacimiento, defunción u otros documentos parroquiales la firma de “fray Matías Pata”.

Twain, Mark (1833-1910) CASTIGO- GANANCIA

Mark Twain narra cómo ganó sus primero veinticinco centavos. Era muy niño y estaba en el colegio, donde por supuesto le habían prohibido a los alumnos deteriorar el mobiliario escolar. Cierto día el maestro lo vio cuando con el cortaplumas cortaba la madera y le dio a escoger entre recibir veinticinco azotes o pagar veinticinco centavos.

El niño se lo contó al padre que prefirió pagar los veinticinco con tal de que no lo azotaron delante de los demás niños, poniendo así en ridículo el nombre familiar. Sin embargo, para que escarmentara, el chiquillo le dijo al maestro que le diera los azotes, y así se quedó con los veinticinco centavos.

-Así comparé, al menos, que mi padre pegaba más fuete que el maestro.

Iván Turgueniev – Castigo, sinceridad

ivan_turguenievSu madre era muy estricta y castigaba físicamente a cualquiera de sus hijos que cometiera un error. Iván era tan ingenioso y sincero que a menudo la airada señora lo azotaba.

Un día, los visitaba un famoso escritor llamado Dimitriev, autor de fábulas. En aquel entonces Turgueniev tenía sólo siete años, y al saber quién era Dimitriev, le dijo de sopetón:

-Las fábulas de Krylov me gustan más que las de usted.

En otra ocasión, una señora aristócrata de gran fealdad los visitaba.

-Eres un niño muy guapo -le dijo la gentil señora.

Y el niño, haciendo gala de su sinceridad le contestó:

-Y usted es feísima: se parece a una mona -dijo el chiquillo riéndose.

Por supuesto, en ambos casos recibió una buena tunda.