Tiberio miraba a un pescador que desde hacía rato trataba de pescar algo, cuando al fin logró apresar a un róbalo no muy grande y se lo ofreció al emperador. Éste, al verlo tan pequeño, ordenó que se lo restregarán por la cara al pescador. Entonces, el desdichado hombre dijo:
-Debo estar feliz por que al menos no le ofrecía una langosta.
-No debes estarlo tanto.
Y, para hacer realidad sus palabras, ordenó que le trajeran una langosta con el fin de que el infeliz pescador también se la frotaran, por haberse osado responderle al emperador.