Un filósofo sofista quiso demostrar a Diógenes que el movimiento no existe. Diógenes le dijo que le diera pruebas, pues si eso se lo demostraba, le creería. El sofista comenzó a exponer complicados y largo argumentos. Hasta que Diógenes, que le escuchaba sentado, se levantó y dijo:
-Tú no me has revelado nada y, sin embargo, yo te voy a demostrar que el movimiento existe.
Y diciendo y haciendo, se echó a andar.