Paganini era económico en todo, hasta en la distribución de sus cabellos, los cuales sus admiradores y en particular sus admiradoras pedían siempre. Siempre atendía con amabilidad dichas solicitudes pero enviaba pocos cabellos acompañados siempre de una invitación a suscribirse a una determinada obra de beneficencia por la que se mostrada interesadísimo.
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Shaw, George Bernard (1856-1950) DONACIÓN- PRÉSTAMO- PARENTESCO
Un desconocido pidió una entrevista con Shaw. Al principio el escritor le negó rotundamente, pero ante la insistencia del hombre, lo mandó a pasar:
Una vez que el hombre estuvo en presencia de Shaw, le pidió dinero inmediatamente, con el siguiente razonamiento:
-Somos de la misma familia y es justo que nos ayudemos los unos a los otros.
-¿Ha dicho usted de la misma familia? ¿Cómo es eso?
-Sí; ambos descendemos de Adán y Eva- dijo el visitante sonriente, pensando que había ganado la partida.
Shaw metió la mano en el bolsillo y le dio un chelín:
-Ahí tiene mi aporte. Si los demás miembros de nuestra “familia” le dan lo mismo, no tardará en ser más rico que yo.
Pasteur, Louis (1822-1895) DÁDIVA- DONACIÓN
Pasteur, que había descubierto la vacuna contra la rabia, andaba siempre falto de dinero para sostenimiento del Instituto Antirrábico, también fundado por él. Visitaba constantemente a gente rica en busca de cierta suma que le faltaba. Así acudió a la casa de la viuda Bondicant, dueña de los Almacenes Bon Marché. Pasteur era entonces un anciano de aspecto bien humilde. La señora le recibió y Pasteur expuso tímidamente el motivo de su visita. Al fin, la duela de la casa le dijo lo que tantas veces se dice en esos casos:
-Tengo ya distribuidas mis limosnas y no puedo acceder a otras peticiones. Lo siento mucho… usted perdone…de todos modos algo le daré, para evitar que resulte del todo incómodo su visita.
Salió y regreso con un cheque firmado. Pasteur miró la cantidad antes de dar las gracias: ¡un millón de francos! Se quedó boquiabierto, realmente asombrado. La viuda Bondicant le abrió los brazos y Pasteur la estrechó emocionado. Fue ella entonces la que le dijo:
-Gracias profesor, por haberse acordado de mi.
Konrad Adenauer, humildad, donación
Adenauer, tenía fama de aprovechar sus trajes hasta caérseles de viejos. En cierta ocasión unas damas que se dedicaban a hacer obras de caridad lo visitaron y le pidieron algún traje viejo para donarlo a los pobres. El anciano, muy turbado, les contestó:
-Perdónenme, pero no tengo ninguno para dar, se entiende.
-Pues, ¿qué hace entonces con sus trajes viejos?