Ibsen estuvo en Roma donde conoció a una señora noruega de familia muy prestigiosa, que había dejado en Cristianía (hoy Oslo) a su esposo y a su hija para irse a vivir con su amante a Italia. La señora, orgullosa de lo que había hecho, le dijo al dramaturgo:
-He actuado igual que su protagonista. ¡soy otro Nora!
-No, señora- repuso el escritor-. Usted está totalmente equivocada.
-Nora se va de su casa y abandona el marido…-Balbuceo la joven.
-Sí; pero se va sola. Nora defiende un derecho de la mujer. Usted sola ha defendido una pasión personal. Por supuesto que no es igual.
-¿Entonces no cree usted que tengo la razón?
-Razones tiene siempre todo mundo. No se trata de tener “razones”, sino de dar ejemplo.
El escritor se sintió tan disgustado con que la dama noruega hubiera tergiversado el mensaje que él había tratado de plasmar en su obra, quedando por terminada su conversación, dio media vuelta y se marchó.