Cuando su coronación como rey de Inglaterra, uno de los ministros le escribió el discurso que debía pronunciar. Eduardo VII, lo leyó y le dijo:
-Me parece a la vez, muy bien y muy mal.
Y no quiso dar ninguna explicación de sus palabras. El día de la coronación pronunció un discurso totalmente distinto al que le había escrito el ministro. Lo hizo de memoria, sin leerlo, y tuvo extraordinario éxito. Poco después, le aclaró al ministro el comentario que había hecho al día anterior, con estas palabras:
-El discurso que usted redacto me parece excelente como pieza literaria escrita por un ministro; pero a la vez muy frío para pronunciarlo yo, pues todo el mundo sabe que ésta no es mi forma de hablar ni de sentir.
Y como viera que el ministro asentía con la cabeza guardando un silencio afirmativo, prosiguió:
-Usted, señor, puede tratar de sustituir mi mente, pero no mi corazón.