Federico II tenía siempre en la corte algún filósofo de fama, pero, por otra parte, se complacía en demostrarles que los depreciaba.
-Si quisiera castigar a una provincia mía, mandaría a ella de gobernador a un filósofo- decía el rey.
Una vez que uno de sus cortesanos le preguntó por qué los invitaba, si tampoco aprecio les tenía, a lo cual contestó:
-Al igual que los antiguos reyes tenían enanos y bufones, yo tengo filósofos para divertirme con ellos.