Estaba un noche en Biarritiz, sentado a la mesa de juego, en el casino. Tenía enfrente a una mujer joven y bonita. La dama sacó un cigarro y buscó cómo encenderlo. Farouk lo advirtió, extrajo su encendedor de oro puro y, como absorbido por el jueguen vez de acercarse a la mujer para ofrecerle fuego, se lo deslizó por encima de la mesa. La joven, sorprendida y emocionada ante lo que suponía era un regalo, lo lanzó en alto al croupier, y exclamó:
-¡Para la casa!
Y Farouk, desde luego, no se atrevió a reclamar el valioso objeto de croupier.