Liszt, aunque no llegó a ordenarse sacerdote, en los últimos años de su existencia se vistió con los hábitos religiosos, pues había recibido órdenes menores. Sin embargo, no podía evitarse ser un fiel admirador de lo bello, máxime si la belleza era femenina.
En cierta ocasión participaba en una fiesta mundana, vestido como siempre de sus hábitos religiosos, y no pudo aguantar la tentación de contemplar los bellos hombros y espaldas de una joven dama, quien, al percatarse de tan silenciosa observación, le dijo:
-¡Señor abate…!
-¡Es usted un ángel, señora! Sólo estaba mirando si tenía alas.