En su juventud, Lao- Tse fue un bibliotecario en la ciudad de Khum. Confucio, que en aquellos tiempor era ministro del Imperio Chino, viajaba por el interior del país cuando, en Khum, alguien le habló del extraordinario joven, por lo que decidió conocerlo. Lo encontró sembrando en el jardín y se dirigió a él con estas palabras:
-Me han dicho que usted es un hombre sabio y desearía que me aconsejara sobre cómo restablecer en nuestro país la humanidad y la justicia.
Lao- Tse colocó los aperos en el piso, y sonriente, respondió:
-¿Humanidad? ¿Justicia? ¿Sabe usted qué significan? Se habla mucho de humanidad y de justicia, pero a menudo es para tergiversarlas. Si usted sabe el significado de humanidad y justicia ¿Qué interés tiene en enseñarlo a quienes lo ignoran? Las palomas blancas son blancas porque nacen así y nunca cambiarán de color. Dios sabe lo que hace y mejor será que deje en sus manos el destino de la humanidad.
Entonces, Confucio le expreso:
-Yo voy en busca de la verdad.
-¿La verdad? Buscar la verdad es un empeño inútil y usted será el primero en desear no encontrarla. ¿Qué quiere que haga la gente con la verdad? Usted dice que la busca, pero es inútil, porque la verdad no se encuentra buscándola, puesto que no está escondida, sino alrededor nuestro, en todo cuanto nos rodea. No hace falta buscar la verdad. Sólo es necesario creer en ella, creer que es verdad todo lo existe.
-Pero los hombres mienten.
-Y la mentira de los hombres son sus verdades, como la verdad del cielo es el azul y la verdad del viento es el ruido que hace entre hojas.
Confucio, después de aquella conversación con Lao-Tse, se permaneció tres días sin hablar absolutamente nada, ensimismado en profundos pensamientos.