El perro murió. Byron lo enterró en el jardín de su posesión de Newstaedt y le puso una lápida con esta inscripción: “Aquí descansan los restos de la criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y que tuvo todas las virtudes de los hombres sin tener ninguno de los defectos”.
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Iván Turgueniev – Castigo, sinceridad
Su madre era muy estricta y castigaba físicamente a cualquiera de sus hijos que cometiera un error. Iván era tan ingenioso y sincero que a menudo la airada señora lo azotaba.
Un día, los visitaba un famoso escritor llamado Dimitriev, autor de fábulas. En aquel entonces Turgueniev tenía sólo siete años, y al saber quién era Dimitriev, le dijo de sopetón:
-Las fábulas de Krylov me gustan más que las de usted.
En otra ocasión, una señora aristócrata de gran fealdad los visitaba.
-Eres un niño muy guapo -le dijo la gentil señora.
Y el niño, haciendo gala de su sinceridad le contestó:
-Y usted es feísima: se parece a una mona -dijo el chiquillo riéndose.
Por supuesto, en ambos casos recibió una buena tunda.