Diderot lo visitó en Montmorency, dónde vivía el filósofo. Paseando entonces por la orilla de un hermoso lago, Rosseau le decía a Diderot:
-En más de una ocasión al contemplar tan bello paisaje, he pensado arrojarme al agua y terminar así.
-Pero nunca lo has hecho…
-No, porque siempre me lo han interrumpido. Una vez estaba casi decidido, cuando toqué el agua, la hallé muy fría y me arrepentí. Hace unos días, volví a sentir la necesidad de consumar mi deseo, pero me dijiste que vendrías a visitarme y de veras quería verte… pues lo he vuelto a aplazar.
El paseo terminó, lógicamente en una atmósfera alegre y relajante.