Augusto era muy libertino, producto de una época liberal y licenciosa. Si le gustaba una mujer, se la proporcionaba sin cumplidos. Los esclavos del emperador se presentaban en casa de la mujer con una litera cubierta de tal forma que nadie podría ver quién iba adentro. Y la mujer no tenía sino que resignarse, o exponer a su marido o a su familia a graves represalias.
La litera cubierta se presentó en la casa del filósofo Atenodoro, recién casado con una mujer de gran belleza. Ambos repudiaban tener que ceder el mandatario imperial, hasta que el filósofo tuvo una idea. Se puso el vestido de su mujer y entró en él a la litera. El emperador esperaba, en su cámara, la nueva presa: Y vio que de la litera salía un hombre, Atenodoro, quien le dijo:
-Lo hago para salvar tu vida, señor:
Y comenzó a darle la siguiente explicación:
-Yo no llevo armas, pero si las llevara solos los dos nada me impediría matarte. Piensa que otro día puede salir tu asesino de esta litera, y morirías sin defensa.
Augusto le dio la razón, le agradeció la advertencia y dejó en paz a la mujer.
astucia, advertencia, abuso, lección.