Ante las intrigas que contra él se habían traumado, San Martín decidió marcharse a vivir a Francia, al lado de su hija y yerno.
En cierta ocasión, su nieta lloraba por una tontería. Para consolarla, el abuelo le ofreció las medallas que había ganado peleando en España contra la invasión napoleónica. Su hija le reprochó cariñosamente por poner en manos de la niña tan valiosos galardones, a lo que San Martín repuso:
-¿Qué valor pueden tener las medallas de un viejo soldado, si ni siquiera sirven para calmar el llanto de una niña?