Miguel Ángel pintaba los frescos de la Capilla Sixtina, en época de Paulo III, por encargo del Papa anterior, Julio II. Paulo III no estaba muy de acuerdo con lo que hacía el pintor y algunas veces acudía a verlo trabajar y le hacía indicaciones, lo que le molestaba evidentemente al genio Miguel Ángel. Un día, mientras el Papa observaba cómo pintaba, desde lo alto del andamio dejó caer un madero que cayó junto al Sumo Pontífice, por lo cual no se disculpó.
Después de este hecho con el cual el Papa se asustó muchísimo, uno de los cardenales advirtió al pintor que debía poner mayor cuidado cuando Paulo III lo visitara, a lo que el pintor le contestó:
-El cuidado lo ha de poner él, pues si continúa impidiéndome trabajar a mis anchas, puede que un día “por casualidad” el madero le caiga encima.