Ibsen, apenas hacía vida social. Era tímido y vetaba lo más posible verse comprometido en contestar preguntas que a veces era inoportunas y otras no sabía que respuestas darles. Por lo tanto, prefería evitar el trato social, hasta donde las circunstancias se lo permitían. En esas ocasiones en que se veía casi imprecisado a aceptar, fingía no encontrarse del todo bien de salud para que no le insistieran. Una que aquellas veces, que no tuvo otra opción que sostener una conversación con alguien, fue con una dama alemana que lo admiraba mucho, con la que inevitablemente sostuvo la siguiente charla:
-He leído detenidamente su personaje Peer Gynt, y no he sido capaz de comprender todo el sentido de este raro personaje. ¿Me lo puede explicar usted después?
-Lamento mucho decirle que no, señora
-¿Pero… cómo es posible que no conozca el significado de un personaje que usted mismo ha creado?
-Pues sí, lo cierto es que cuando escribí el Peer Gynt sólo Dios y yo conocimos el significado del protagonista. Hace muchos años de esto y le aseguro que lo he olvidado por completo. Si no se lo explica Dios…
Con lo cual dio por terminado el engorroso interrogatorio.