En la corte de Pío IX había un cardenal censor muy extremista. Un poeta italiano, tras luchar con él por un largo tiempo, se dio por vencido, a causa de que el cardenal le negó el exequatur a la palabra angélica aplicada a una mujer.
-Para pintar la hermosura de una mujer hay muchos y diferentes calificativos. Por ejemplo, puede usted decir fulanita o menganita es armónica, y no se meta usted con los ángeles.
El poeta, para poner fin al debate, aceptó lo de armónica. Aquello se divulgó por el Vaticano- y fuera de él- y llegó a oídos de Pío IX. Salía diariamente a pasear en coche Su Santidad acompañado siempre de un cardenal; y una de esas tardes le correspondió esta honra al censor. Preguntó el cochero al Sumo Pontífice la dirección que debía de tomar, y Su Santidad, con firme y alta voz, le contestó:
-A la Puerta Armónica.
El cochero le respondió que no sabía cual era esa puerta.
-A la Puerta Armónica- repitió el obstinado Papa.
Y luego, sin inmutarse, añadió:
-Antes decíamos a la puerta Angélica, pero monseñor no quiere que digamos angélica, sino armónica.