La belleza de Lola se acarreó a más de un triste episodio a su inquieta vida. Bailaba una vez en Varsovia, que estaba entonces sometida a Rusia, bajo la autoridad del virrey Paskievich. El rey estuvo en el teatro, la vio y le gustó como mujer. Sin pensarlo mucho se fue al camerino a proponerle que fuera su amante, asegurándole que la tendría como una reina. Por supuesto que Lola se negó, asqueada ante la brutal proposición y la repugnante figura del virrey. Éste salió del camerino muy ofendido. El director del vio venir la catástrofe:
-Lola, por favor acepte. Este hombre nos puede arruinar.
-Pues entonces que lo acepte su mujer.
-Déjese de bromas y recapacite. Es el dueño de toda Polonia.
-Y eso qué, yo soy española, y soy dueña de mi persona.
Paskievich organizó a un grupo de policías maleantes para que silbaran a la bailarina.
-¡La ruina! Esto será mi perdición- dijo el director desesperado.
-Despreocúpese que les hablaré.
-¡No por favor! Sería peor
Lola salió otra vez a bailar y fue de nuevo recibida con silbidos. Entonces avanzó hasta las candilejas y bailó despacio.
-Distinguido público: me silban por orden del virrey. ¿Y a qué no saben por qué? Pues porque me ha hecho proposiciones deshonestas y las he rechazado ¿Acaso no es esto un miserable chantaje?
La policía desapareció y el espectáculo pudo continuar. Pero esta noche fueron a detenerla. Lola los recibió pistola en mano y les amenazó con divulgar la historia por toda Europa. Aquella noche se marcharon y entonces pudo refugiarse en el Consulado francés. Al día siguiente pasó la frontera.