El monarca conocía que uno de los cortesanos era muy ambicioso. Un día, como al descuido, Luis le preguntó:
-¿Sabe usted español?
-No señor, pero…
-cuanto lo siento, porque…
Y de inmediato el rey habló de otra cosa como para dejar su observación nen la mayor incógnita. El cortesano pensó que quizás el soberano tenía intenciones de mandarlo de embajador a España. Y comenzó de inmediato a estudiar el español. Unos meses después ya lo hablaba. Entonces, se presentó ante el monarca y le dijo:
-Majestad, mucho me satisface poderle dar una noticia: ya aprendí el español.
-¿Lo suficiente para entender a los españoles?- preguntó el soberano gozando internamente la situación que había creado.
-Sí, Majestad, se lo aseguro.
-Y para leer. ¿Entiende suficientemente lo que los españoles escriben?
-Sí, Majestad- afirmaba el servil cortesano con una expresión de codicia.
-Pues deseo darle un buen consejo- dijo palmeándoles el hombro,- lea el Don Quijote en su versión original. Es un magnífico libro.
Y dando por terminada la conversación, dio media vuelta y se alejó sorprendido del cortesano.
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