Hugo, Víctor (1802-1885) ADMIRACIÓN- GALANTERÍA

Vivía Sara Bernhardt los momentos más gloriosos de su triunfal existencia. En 1877 representó la Doña Sol de Hernani, de Víctor Hugo. El autor asistió al estreno, y quedó tan profundamente impresionado que envió una carta acompañada de diamante pendiente de una cadena, y tallando en forma de lágrima. La breve misiva decía:

“Señora. Ha estado usted magistral y encantadora. Me ha conmovido a mí, el viejo luchador, y en cierto momento mientras el público enternecido y fascinado aplaudía, yo lloré. Esta lágrima es la que usted me ha arrancado, le pertenece. Permítame que se la ofrezca. Víctor Hugo.”

Desde entonces, jamás salió a escena Sara Bernhardt sin llevar consigo la simbólica lágrima que arrancara con su actuación a uno de los hombres más sensibles del mundo.

Farouk I (1920-1965) CONFUSIÓN- REGALO

Estaba un noche en Biarritiz, sentado a la mesa de juego, en el casino. Tenía enfrente a una mujer joven y bonita. La dama sacó un cigarro y buscó cómo encenderlo. Farouk lo advirtió, extrajo su encendedor de oro puro y, como absorbido por el jueguen vez de acercarse a la mujer para ofrecerle fuego, se lo deslizó por encima de la mesa. La joven, sorprendida y emocionada ante lo que suponía era un regalo, lo lanzó en alto al croupier, y exclamó:

-¡Para la casa!

Y Farouk, desde luego, no se atrevió a reclamar el valioso objeto de croupier.

Pavlova, Anna (1881- 1931) GENEROSIDAD- BONDAD- CARIDAD

La Pavlova se destacó por ser muy generosa y caritativa. El presidente de Venezuela le regaló en una ocasión una valiosa estola de piel en la que había mandado a escribir el nombre de Anna Pavlova con monedas de oro de veinte dólares. En el momento de agradecerle el regalo, la sensible mujer expresó:

-Por primera vez no quisiera llamarme Anna Pavlova.

-¿Por qué?

-Por qué este dinero lo he decidido repartirlo entre mis pobres. Y si me llamara Anastacia Edvardova Karavaniskai, les habría podido dar muchos dólares más.

Carlos I, de España (1500-1558) REGALO- RECOMPENSA

El emperador Carlos I, tuvo que viajar mucho para atender sus estados en España, Alemania, Italia, Países Bajos, sur de Francia, etc. en uno de esos recorridos conoció a un campesino que había conseguido, después de mucho tiempo de entrenamiento introducir garbanzos por la estrecha boca de un cántaro, lanzándose desde luego y sin equivocarse nunca. El campesino quiso lucir su habilidad ante el emperador y solicitó audiencia. Le fue concebida y pudo demostrar su destreza ante el monarca.

El emperador le ofreció una recompensa, sin decirle cual. Poco tiempo después le envió cinco cántaros y dos sacos de garbanzos, junto con un mensaje imperial que decía “Para que sigas divirtiéndote”.