Cuando llevaron al rey ante la Convención para someterlo a un agotador interrogatorio, le hicieron aguardar alrededor de media hora en la ante sala. Varias veces conversó con Malesherbes, su defensor, quien cuando le contestaba lo que hacía dándole el tratamiento de Majestad.
De repente entró a la estancia Trilhard y, airado al escuchar aquellas expresiones de respeto, se interpuso entre el soberano y su defensor, diciendo a este último con voz alterada por la furia:
-¿Por qué se atreve usted a pronunciar aquí palabras que la Convención ha prohibido?
Y el venerable anciano, fijando con dureza su mirada en el extremista revolucionario, le contestó:
-Por el desprecio que ustedes me inspiran y el que me inspira la vida.