No le gustaba viajar en tren porque lo conocían, le hablaban y no le dejaban viajar en paz. En uno de sus viajes en tren, uno de los compañeros de viaje se apoderó de la conversación y no dejó de contarle cosas que Chevalier le tenía sin cuidado, haciéndose el gracioso. De improviso, se vio por la ventanilla unos hermosos campos en lo que pacía un gran rebaño de vacas, y el compañero de viaje dijo:
-Yo, cuando veo tantas vacas reunidas…
Chevalier, viendo que llegaba su oportunidad, le interrumpió:
-Yo las cuento. Nada me divierte tanto como contar vacas.
-Sí, pero tantas no se pueden contar.
-Yo, sí.
Hizo como que las contaba rápidamente, y exclamó:
-¡Setecientos cuarenta y dos!
-Es admirable. ¿Cómo se las arregla usted para contar tan aprisa?
-Muy fácil. Cuanto las patas y las divido entre cuatro.