MacArthur, Douglas (1880-1964) PUNTUALIDAD- JACOSIDAD- IRONÍA

Esperaba a su esposa que había pasado unos días en el campo, cuando le llegó un telegrama que decía “Perdido tren de hoy. Saldré mañana misma hora.”

El general entonces le envió en seguida otro telegrama “Sal antes. Si lo haces a la mismo, volverás a perder el tren.”

Chevalier, Maurice (1888-1917) INGENIOSIDAD- COMICIDAD

No le gustaba viajar en tren porque lo conocían, le hablaban y no le dejaban viajar en paz. En uno de sus viajes en tren, uno de los compañeros de viaje se apoderó de la conversación y no dejó de contarle cosas que Chevalier le tenía sin cuidado, haciéndose el gracioso. De improviso, se vio por la ventanilla unos hermosos campos en lo que pacía un gran rebaño de vacas, y el compañero de viaje dijo:

-Yo, cuando veo tantas vacas reunidas…

Chevalier, viendo que llegaba su oportunidad, le interrumpió:

-Yo las cuento. Nada me divierte tanto como contar vacas.

-Sí, pero tantas no se pueden contar.

-Yo, sí.

Hizo como que las contaba rápidamente, y exclamó:

-¡Setecientos cuarenta y dos!

-Es admirable. ¿Cómo se las arregla usted para contar tan aprisa?

-Muy fácil. Cuanto las patas y las divido entre cuatro.

Bernhardt, Sarah (18844-1924) OSADÍA- SUERTE

Había actuado Sarah Bernhardt en San Luis, la antigua capital de Louisiana, y salió de ahí en tren especial, para ir a Nueva Orleans, con el tiempo justo. Las lluvias habían crecido y alborotado todos los ríos de la región, y el puente que atravesaba la Bahía de San Luis estaba amenazando por hundirse entre las turbulentas aguas. El maquinista paró en la estación e informó que no podía continuar, dado el peligrosísimo  estado del puente. Se consultó a Sarah ya que se trataba de un tren especial para ella y su compañía, y ésta optó por arriesgarse. El maquinista le pidió que se le entregará una crecida cantidad, que giró a su mujer de la estación misma, por telégrafo y puso en marcha el convoy. El paso del puente se hizo a toda velocidad: fue una especie de salto sobre el abismo. Se sentían los carriles por vacilar. El tren pasó, y a los pocos segundos se venía abajo con estrépito formidable. Por solo breves instantes no desaparecieron para siempre Sarah Bernhardt y toda su compañía. El susto de Sarah a posteriori fue tal, que años después aún padecía cuando se acordaba de aquel novelesco incidente.