Byron, lord (1788-1824) VANIDAD- ENVIDIA

En uno de sus largos viajes lo acompañaba un médico, el doctor Polidoro. El editor Murray le había encargado a este doctor que escribiera el diario de su viaje con Byron con la promesa que se lo publicara. Esto exaltó la vanidad del médico, que se consideró desde entonces un buen escritor, y se jactaba delante de Byron. Cierto día el mediocre personaje, le dijo a Byron:

-Nada hace usted, que yo no sepa hacer también.

Byron le repuso:

-No está demostrado, ni lo estará, mientras usted no cruce a nado el Helesponto, no apague una vela de un tiro a veinte pasos y no publique un libro del que se vendan, en un día catorce mil ejemplares.

Patti, Adelina (1843-1919) GRANDIOSIDAD- VANIDAD

Adelina Patti llegó a ser tan famosa que, en cualquier parte del mundo a donde se encontrara, era acogida como una soberana. En España, la reina Isabel la invitó a su palco, y se dirigió a ella tratándola de “querida conciudadana”, el duque de Alba le ofreció una corona, y la Condesa de Montijo, madre emperatriz de los franceses, le envió un ramo de flores exóticas.

Como es de suponer, la Patti tenía una alta valoración de su persona. Un día que su coche tuvo que detenerse para dejar paso al de la reina, la cantante le dijo al cochero:

-Sigue adelante, pues yo también soy una reina.

Dumas, Alejandro (1802-1870) VANIDAD- PRESUNCIÓN

Tenía fama de haber presumido siempre de todo. Incluso de dinero cuando en realidad no tenía ni un centavo. Al principio de su carrera en una convención, con dos amigos, escritores también, contándoles sus costumbres les decía:

-Yo todos los días me levanto a la misma hora, toco la campanilla…

Y así seguía dando rienda suelta a su imaginación.

Uno de los dos amigos lo visitaron. El mismo Dumas le abrió la puerta, y en el curso de la conversación les confesó que vivía solo.

Ellos le habían preguntado si había despedido al criado.

-Nunca he tenido criado.

Entonces le recordaron lo que les había dicho sobre la campanilla.

Y Dumas, sin inmutarse, aclaró:

-No, no tengo criado. Pero tengo una campanilla y me divierte tocarla.

D´Annunzio, Gabriele (1863-1938) VANIDAD- INMODESTIA

Estando en parís quiso comprar un cuadro en una tienda de antigüedades. Era una virgen italiana por la que el anticuario le pidió quince mil francos. D´Annunzio le ofreció diez mil y estuvieron mucho rato discutiendo. Un amigo acompañaba a D´Annunzio y le ayudaba a defender el precio. Y, al fin, el anticuario, en un arranque, dijo:

-Bueno, vale quince mil, pero, por tratarse de usted, se lo daré a diez mil.

D´Annunzio ordenó que le mandara el cuadro al hotel y ya en la calle le dijo a su amigo:

-Ésta es la ventaja de ser alguien conocido.

Decía esto cuando oyeron la voz del anticuario que les llamaba. Se detuvieron, para escucharles decir con gran sorpresa.

-Oiga, señor, me ha dicho el hotel, pero no me ha dado su nombre. Si me hace el favor…

Dalí, Salvador (1904-1989) VANIDAD- AUTOESTIMA- INMODESTIA

Leemos una bonita anécdota en una revista francesa, que si es verdad, puede tomarse como muy representativa del autobombo daliniano.

Dalí, en París, fue presentado a la actriz Madeleine Renaud, que con natural cortesía expresó:

-Créame que le admiro mucho, Señor.

-Yo también, señora.

-¿Me ha visto trabajar?

-No hablo de usted, si no de mi. Que también me admiro mucho.

Dalí, Salvador (1904-1989) GENIO- AUTOESTIMA- VANIDAD

Un día, el pintor visitó una casa de salud para enfermos mentales. El director se los iba mostrando. Abría la puerta de la celda y le decía:

-Éste cree que es Napoleón

-Poco interesante

En otra celda, un poco más adelante, le señalaba:

-Éste dice que es el padre Eterno.

-Poco interesante.

Y así, uno tras otro, ninguno le interesaba. Hasta que, al fin, al abrirse la puerta de un celda, vio un rostro descompuesto, con los ojos saltones y el cabello desordenado, y exclamó:

-¡Éste! ¡Éste! ¡Éste es un loco genial! Se le nota en seguida.

-Pero, señor Dalí, aquí no hay nadie. Observe que está usted ante el espejo de un armario.

Byron, lord (1788-1824) VANIDAD- ENVIDIA

En uno de sus largos viajes lo acompañaba un médico, el doctor Polidoro. El editor Murray le había encargado a este doctor que escribiera el diario de su viaje con Byron con la promesa que se lo publicara. Esto exaltó la vanidad del médico, que se consideró desde entonces un buen escritor, y se jactaba delante de Byron. Cierto día el mediocre personaje, le dijo a Byron:

-Nada hace usted, que yo no sepa hacer también.

Byron le repuso:

-No está demostrado, ni lo estará, mientras usted no cruce a nado el Helesponto, no apague una vela de un tiro a veinte pasos y no publique un libro del que se venda, en un día, catorce mil ejemplares.

Byron, lord (1788-1824) AMOR- PERRO –EPITAFIO

El perro murió. Byron lo enterró en el jardín de su posesión de Newstaedt y le puso una lápida con esta inscripción: “Aquí descansan los restos de la criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y que tuvo todas las virtudes de los hombres sin tener ninguno de los defectos”.