Su familia intentaba rescatarlo. Cuando Diógenes lo supo, dijo:
-Están locos. Aquí el único esclavo es el que me ha comprado, que, además de escucharme y obedecerme, me ha de dar comida y vestido.
Su familia intentaba rescatarlo. Cuando Diógenes lo supo, dijo:
-Están locos. Aquí el único esclavo es el que me ha comprado, que, además de escucharme y obedecerme, me ha de dar comida y vestido.
Era un lector empedernido. Leía cuatro horas cada día, todo lo que caía en sus manos. Tenía muy buena memoria y se acordaba de mucho de lo que había leído. Era capaz de abstraerse de cualquier modo en la lectura, que se ausentaba de todo cuanto lo rodeaba. Un amigo le decía:
-¿Y de qué te sirve leer tanto?
-De mucho.
-Lo dudo- le respondió.
El escritor le contó entonces que, por problemas políticos lo desterraron una vez a un pueblo de mala muerte, y no lo dejaron llevarse casi nada. Se enteró que ahí había una biblioteca, la casa de la viuda de un militar; sin vacilar, la visitó y le pidió permiso para leer los libros (todos los de temática militar). Tiempo después, cuando la guerra europea, asistió en Francia a una comida con generales franceses, y los asombró a todos por sus muchos conocimientos de estrategia y arte militar.
-¿Y qué ganaste con sorprenderlos?- le preguntó el amigo.
-Que me invitaran varias veces- fue su sencilla respuesta.