Un poeta griego, cuyo nombre no se registra la anécdota, todas las veces que en las tardes se cruzaba con Augusto, lo detenía y le leía versos. Augusto lo escuchaba complacido y lo elogiaba. Pero no pasaba de aquí y nunca le hacía un buen regalo. Hasta que un día le obsequió algunas tabillas para que en ellas siguiera escribiendo versos. Y el poeta echó mano a su bolsa, extrajo algún dinero y se lo dio a Augusto.
-No es mucho si tenemos en cuento todo lo que usted se merece. Cuando tenga más le daré más.
Augusto, sin enfadarse, asimiló la lección y le hizo dar una buena cantidad.